miércoles, 18 de marzo de 2015

EL HERRERO ENCARCELADO

Nos habla de un herrero que es encarcelado injustamente y que, al parecer de un modo milagroso, logra fugarse. Muchos años después cuando se le pregunta como lo hizo, contesta que su mujer, una tejedora, había tejido el diseño de la cerradura de su celda en la alfombra de plegarias sobre la que oraba cinco veces al día. Al darse cuenta de que la alfombra de plegarias contenía el diseño de la cerradura de su celda, hizo un trato con sus carceleros para conseguir herramientas con las que hacer pequeños objetos, los cuales luego éstos podían vender con beneficio. Mientras tanto, también utilizó las herramientas para hacerse una llave, y un día se fugó.

(Idries Shah, maestro sufí)



La moraleja de la historia es que comprender el diseño de la cerradura que nos mantiene presos puede ayudarnos a confeccionar la llave que puede abrirla.

La parábola describe la condición de la mayoría de la humanidad: encarcelada en el laberinto de nuestras propias estructuras del ego. La mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas dentro de los estrechos márgenes de aquello que consideramos somos nosotros y el mundo que nos rodea, que, desde la perspectiva de los que no están tan encarcelados, es una pequeña parte de lo que realmente tenemos a nuestra disposición. Patrones y sentimientos concretos, y más abiertamente, situaciones, se repiten una y otra vez en nuestras vidas, dando a nuestra experiencia interior un sentido de identidad. Bajo estos patrones repetitivos, encontramos convicciones fijas sobre lo que somos y el modo en que es el mundo que habitamos. Estas creencias se conformaron durante los primeros años de vida a medida que nuestra autodefinición se desarrolló en respuesta a nuestros encuentros con el entorno y aquellos que contenía, en combinación con nuestras predisposiciones innatas. Llegando a formar nuestros patrones de pensamiento y nuestras reacciones emocionales, proporcionándonos una experiencia interior consistente de nosotros mismos. El mundo que la mayoría de nosotros habitamos, interior y exterior, por lo tanto, es en gran medida un producto de nuestro pasado; por difícil que sea reconocerlo. Las trampas externas tal vez sean más sofisticadas y corrientes que las de la temprana infancia, pero el núcleo interior de lo que consideramos ser contiene los asombrosos trazos de nosotros mismos cuando teníamos dos o tres años. El elenco de personajes con los que nos encontramos en nuestras vidas puede variar, pero el modo en que nos relacionamos e interactuamos con ellos, como nos sentimos con ellos e incluso el modo en que los experimentamos, permanece más o menos constante y posee el rancio sabor de la familiaridad. Aunque no veamos barras y muros constriñéndonos, como le sucedía al herrero en la parábola de Shah, estamos realmente en la cárcel de la realidad holográfica mediante la que filtramos el mundo que nos rodea y nuestras experiencias de nosotros mismos. A menudo no reconocemos lo limitada que es nuestra experiencia de la realidad; el hecho de que habitamos un mundo que nos confina de un modo innecesario. Podemos sentir simplemente una vaga insatisfacción, una tenue sensación de vida apagada, y una falta de sentido y plenitud, a pesar de nuestros mejores esfuerzos para estar satisfechos con lo que la sociedad nos ha dicho que nos hará felices; ya sea dinero, posesiones, posición, poder, fama o relaciones. En el caso de otras personas, la sensación de llevar una vida restringida puede ser más abierta, manifestándose en forma de una dolorosa y persistente sensación de ineptitud, carencia, vacío o inutilidad. Las épocas de crisis pueden llevar estas sensaciones cerca de la superficie, proporcionándonos un atisbo de nuestro confinamiento.

Dichos atisbos son el inicio de nuestra posible escapatoria, puesto que saber que estamos en una especie de prisión puede dar paso a la posibilidad de otra alternativa. El trabajo espiritual a lo largo del tiempo nos ha dicho que la vida es algo más de lo que creemos, que nos espera un mundo más allá del que está encerrado por nuestras restricciones internas. Las distintas tradiciones espirituales no solo han expresado la amplitud de nuestra cautividad y sus puntos de vista sobre las dimensiones de la realidad que hay más allá de las anteojeras del ego, sino que también nos han mostrado muchos modos de escapar. La historia del herrero nos habla de uno de estos métodos para conseguir la libertad: comprender el diseño de lo que nos mantiene encerrados en nuestras celdas. Sin nada parecido a la alfombra de plegarias del herrero para mostrarnos el funcionamiento interno de nuestra realidad holográfica –la cerradura que nos mantiene cautivos– a menudo tenemos pocas posibilidades de escapar.


(Sandra Maitri, La dimensión espitual del eneagrama)