domingo, 17 de septiembre de 2017

Oración para empezar el curso

ORACIÓN DEL RELOJ



Señor, al comenzar este nuevo curso
te pido que me regales un nuevo reloj…
No, no, ni digital ni a pilas ni a cuerda,
quiero uno muy especial, quiero tu reloj…

 Un reloj que no marque las horas que me quedan
ni los días que faltan para el fin de semana…
Un reloj que marque solo y exclusivamente
segundos, instantes, oportunidades para hacer el bien.

 Un reloj que se pare cuando alguien entre en apuros,
que se adelante para ver las necesidades del otro
y que se atrase para pedir perdón…
¿Un reloj de pulsera o de pared? No; mucho mejor; de corazón.

 Un reloj en cuyos números aparezcan nombres:
María, Ana, Carlos, Alejandro, Yolanda,…
Nombres y más nombres de amigos, de compañeros,
de hermanos que Tú, Señor, cada día pones en mi camino.

 Un reloj cuyas agujas acaricien, abracen, sirvan,
ayuden, perdonen, escuchen, compartan…
y en cuya esfera aparezca tu rostro de Padre
y de amigo y de compañero de clase, de juegos o de salida.

 Un reloj con un gran despertador
que despierte mi conciencia y mi indiferencia,
y que me recuerde levantarme cuando me caiga
y ponerme en camino cuando me detenga.

 Un reloj con cronómetro incorporado,
no para estresarme, angustiarme o deprimirme,
sino para aprovechar a tope cada día que Tú me regalas,
cada segundo que Tú conviertes en un nuevo reto, en una nueva oportunidad.

 Señor, al comenzar este nuevo curso
me pongo mi nuevo reloj… ¡Tu reloj!
Bendice cada una de las horas, minutos y segundos
que voy a pasar, codo a codo y corazón con corazón, a tu lado.


JM de PALAZUELO

sábado, 22 de abril de 2017

Encuentros de VIDA

La piedra que desecharon los arquitectos
Es ahora la piedra angular (Mt. 21, 42)


(La Manlleva, comunidad de Tarragona)

   Son las cinco de la mañana del Domingo de Resurrección. Un grupo de personas que compartimos en La Manlleva (Tarragona) la experiencia de la muerte y resurrección de Jesús nos dirigimos a lo que fue en torno al siglo X el gran poblado de Selma en Alt Camp. Nos acompañan en el camino la luz de la luna, preludio la luz que llega, y el cantar ininterrumpido del ruiseñor, que una y otra vez parece querer anunciarnos lo que acontecerá con las primeras luces del día. Mientras hacemos camino resuenan en nuestros corazones las palabras de Juan (capítulo 20, versículo 1): “El primer día de la semana María Magdalena se puso de camino hacia el sepulcro cuando todavía estaba oscuro”.

   Una hora larga de camino hasta llegar a las faldas de la colina donde se erige el castillo de Selma, fortaleza vigía en otros tiempos, y hoy venida a menos. Nos sentamos tranquilos en el verde. Con una mezcla de serenidad e impaciencia esperamos la salida del sol. Celebramos la resurrección de Jesús con este saludo al sol matutino. A las 7,14 horas exactas de la mañana y en un espacio breve de tiempo aparece un disco rojo por el horizonte que transforma el paisaje en vida. El cantar de los pájaros aumenta alegre y los primeros rayos del sol de este domingo de resurrección tocan nuestros rostros y comienzan a calentar nuestro cuerpo agradablemente. Me surge esta certeza: ¡JESÚS HA RESUCITADO!

(Salida del sol desde el poblado de Selma)

   Áquel que unos días antes había sido despojado, torturado, roto, humillado… es ahora levantado y no es regalado en el encuentro, dicho de otra manera, sólo le reconocen aquellos que se encuentran con él. Dios Padre resucita a Jesús y sólo son capaces de verlo quienes tienen esa relación personal con él, María Magdalena, sus apóstoles y sus discípulos, y… todos aquellos (la samaritana, Mateo el recaudador, Jairo, Lázaro, el centurión romano, la mujer endemoniada…) que en el camino de la vida se han topado con él ayer, hoy y mañana.

   Jesús, como ya lo hiciera durante su vida, se sigue haciendo el encontradizo hoy. Resucitó y se encontró y se encuentra con sus amigos. No salió de su boca queja ni reproche alguno, no echó nada en cara a nadie. En su pose y en su hablar no había resquemor, no había ni un ápice de querer cobrar venganza. Todo su semblante era de acogida y de alegría por poder disfrutar una vez más de aquellos que le tenían en su corazón (¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino? –Lc.24,32-). Y es que quien ama, ya no necesita perdonar. El camino hacia la VIDA que había iniciado Jesús estaba trazado, ahora sólo debíamos seguirlo.

   Y esa es la invitación que se nos hace en estos días:


¡Que hagamos de nuestros encuentros VIDA, como lo hizo Jesús!


(Estupa a la entrada de La Manlleva)

domingo, 12 de marzo de 2017

Sé un poco MÁS (comentario para cuaresma)

   La liturgía nos recuerda que llevamos diez días de Cuaresma y desde el comienzo nos ha invitado a hacer camino, incluso nos ha invitado a discurrir por el desierto de la misma manera que lo hizo Jesús durante cuarenta días. Y es que el Espíritu llevó a Jesús al desierto para el que diablo lo tentara.

   Y es que ese mismo Espíritu nos lleva al desierto para que nos enfrentemos con todo aquello que nos hace menos persona y nos empequeñece, para que enfrentemos todo aquello que en nuestra vida diaria nos aleja de nuestro ser y nos distrae de la atención a lo interior y al otro. Acaso, ¿Creemos que podemos escapar de nuestros propios “desiertos”? ¿Cuántas veces nos ha puesto la vida frente a aquello de lo que huíamos con todas nuestras fuerzas? ¿De verdad pensamos que con negar y esconder nuestros miedos y nuestros lados oscuros podemos caminar y crecer como personas? Realmente, sólo madura aquel que se ha enfrentado a sus miedos y a sus oscuridades. Y esa lucha interior (por llamarla de alguna manera) ocurre en el desierto, en esas épocas de nuestra vida que todos vivimos en las que tenemos que mirar cara a cara aquello de lo que hemos huido con tantas ganas.

   Voy intuyendo lo importante que es silenciarse y hacer consciente aquello que durante tanto tiempo he silenciado por cobardía o por miedo o por ignoracia o por… Sí, así he llegado al desierto (al que no tenía intención de ir). En un momento “duro” en el que hacer silencio es lo que más cuesta y hacerse consciente “duele”. Y precisamente es en ese desierto interior, en ese lugar donde cuesta silenciarse y donde todo el ser siente “dolor”, donde podemos renacer y donde podemos hacernos “más”.

   Jesús era maestro en esto, era maestro en ser “más”. Jesús era cada día un poco “más”. ¿Quién de nosotros está acabado con treinta o con cuarenta o con ciencuenta años? Si la VIDA es CAMINAR, es que cada día podemos ser un poco “más”. Aquí radica la importancia de atravesar nuestros propios desiertos. Si los atravesamos podremos SER un poco MÁS, y podremos ser un poco más como Jesús.

   La liturgia de hoy nos presenta el relato de la transfiguración de Jesús en un monte alto, el monte del Encuentro diría yo. En los evangelios Jesús se retira al monte a orar y es lo quiero rescatar de la lectura de hoy: Jesús no está sólo, su Dios que es Padre está con él siempre, pero de forma especial cuando Jesús acude al monte a rezar.


   Por eso, cuando el Espíritu nos lleve hacia algún desierto interno, busquemos una montaña silenciosa y recogida. Allí silenciémonos, hagámanos conscientes de lo que ocurre en nuestro interior y con Dios Padre de la mano renovémonos y seamos un poco MÁS.