Nos habla
de un herrero que es encarcelado injustamente y que, al parecer de un modo
milagroso, logra fugarse. Muchos años después cuando se le pregunta como lo
hizo, contesta que su mujer, una tejedora, había tejido el diseño de la
cerradura de su celda en la alfombra de plegarias sobre la que oraba cinco
veces al día. Al darse cuenta de que la alfombra de plegarias contenía el
diseño de la cerradura de su celda, hizo un trato con sus carceleros para
conseguir herramientas con las que hacer pequeños objetos, los cuales luego
éstos podían vender con beneficio. Mientras tanto, también utilizó las
herramientas para hacerse una llave, y un día se fugó.
(Idries Shah, maestro sufí)
La
moraleja de la historia es que comprender el diseño de la cerradura que nos
mantiene presos puede ayudarnos a confeccionar la llave que puede abrirla.
La
parábola describe la condición de la mayoría de la humanidad: encarcelada en el
laberinto de nuestras propias estructuras del ego. La mayoría de nosotros
vivimos nuestras vidas dentro de los estrechos márgenes de aquello que
consideramos somos nosotros y el mundo que nos rodea, que, desde la perspectiva
de los que no están tan encarcelados, es una pequeña parte de lo que realmente
tenemos a nuestra disposición. Patrones y sentimientos concretos, y más
abiertamente, situaciones, se repiten una y otra vez en nuestras vidas, dando a
nuestra experiencia interior un sentido de identidad. Bajo estos patrones
repetitivos, encontramos convicciones fijas sobre lo que somos y el modo en que
es el mundo que habitamos. Estas creencias se conformaron durante los primeros
años de vida a medida que nuestra autodefinición se desarrolló en respuesta a
nuestros encuentros con el entorno y aquellos que contenía, en combinación con
nuestras predisposiciones innatas. Llegando a formar nuestros patrones de
pensamiento y nuestras reacciones emocionales, proporcionándonos una
experiencia interior consistente de nosotros mismos. El mundo que la mayoría de
nosotros habitamos, interior y exterior, por lo tanto, es en gran medida un
producto de nuestro pasado; por difícil que sea reconocerlo. Las trampas
externas tal vez sean más sofisticadas y corrientes que las de la temprana
infancia, pero el núcleo interior de lo que consideramos ser contiene los
asombrosos trazos de nosotros mismos cuando teníamos dos o tres años. El elenco
de personajes con los que nos encontramos en nuestras vidas puede variar, pero
el modo en que nos relacionamos e interactuamos con ellos, como nos sentimos
con ellos e incluso el modo en que los experimentamos, permanece más o menos
constante y posee el rancio sabor de la familiaridad. Aunque no veamos barras y
muros constriñéndonos, como le sucedía al herrero en la parábola de Shah,
estamos realmente en la cárcel de la realidad holográfica mediante la que
filtramos el mundo que nos rodea y nuestras experiencias de nosotros mismos. A
menudo no reconocemos lo limitada que es nuestra experiencia de la realidad; el
hecho de que habitamos un mundo que nos confina de un modo innecesario. Podemos
sentir simplemente una vaga insatisfacción, una tenue sensación de vida
apagada, y una falta de sentido y plenitud, a pesar de nuestros mejores
esfuerzos para estar satisfechos con lo que la sociedad nos ha dicho que nos hará
felices; ya sea dinero, posesiones, posición, poder, fama o relaciones. En el
caso de otras personas, la sensación de llevar una vida restringida puede ser
más abierta, manifestándose en forma de una dolorosa y persistente sensación de
ineptitud, carencia, vacío o inutilidad. Las épocas de crisis pueden llevar
estas sensaciones cerca de la superficie, proporcionándonos un atisbo de
nuestro confinamiento.
Dichos
atisbos son el inicio de nuestra posible escapatoria, puesto que saber que
estamos en una especie de prisión puede dar paso a la posibilidad de otra
alternativa. El trabajo espiritual a lo largo del tiempo nos ha dicho que la
vida es algo más de lo que creemos, que nos espera un mundo más allá del que
está encerrado por nuestras restricciones internas. Las distintas tradiciones
espirituales no solo han expresado la amplitud de nuestra cautividad y sus
puntos de vista sobre las dimensiones de la realidad que hay más allá de las
anteojeras del ego, sino que también nos han mostrado muchos modos de escapar.
La historia del herrero nos habla de uno de estos métodos para conseguir la
libertad: comprender el diseño de lo que
nos mantiene encerrados en nuestras celdas. Sin nada parecido a la alfombra de
plegarias del herrero para mostrarnos el funcionamiento interno de nuestra
realidad holográfica –la cerradura que nos mantiene cautivos– a menudo tenemos
pocas posibilidades de escapar.
(Sandra Maitri, La dimensión espitual del eneagrama)