miércoles, 28 de octubre de 2015

Al mostrarnos...



No es nada fácil mostrarse vulnerable, incoherente, desbordado. No es fácil porque cuesta contar esas cosas que rompen nuestra coraza de supuesta perfección o que no nos dejan en buen lugar. Sin embargo, quedas con alguien porque necesitas charlar. Pero alargas la conversación. Y discutes de todo y de nada, como retrasando ese instante inevitable en el que empezarás a hablar de ti. De esa verdad tan tuya que te hace sentir débil, imperfecto.
Lo cuentas casi susurrando, con la mirada perdida, tal vez avergonzado. Y quizás te arrepientes de haberte lanzado a hablar. Pero a medida que te escuchas te encuentras más esponjado y sientes que algo dentro de ti se empieza a desanudar. Que estás descubriendo a un “enemigo” y desenmascarando esas cosas que «quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto» (Ejercicios Espirituales, 326). Esas cosas que, colocadas junto a otras muchas, te permiten descubrirte… humano.
Y al mostrarte transparente reconoces que eres -al mismo tiempo- sombra y luz, guerra y paz. Y cuando terminas notas que caminas liberado. Porque te has permitido ser tú. Y no ha pasado nada.

(publicación de espiritualidad ignaciana en facebook)

sábado, 17 de octubre de 2015

martes, 18 de agosto de 2015

¿AMAS lo que HACES?

“Para que algo pueda tomar carácter religioso
ha de ser simple y poderse repetir”
(Sabio japonés)



   Aprovecho estos días preciosos de verano para leer “El despuntar del Ser” de K.G. Dürckheim. En el capítulo VI el autor conversa un un hombre japonés ya mayor que le dice esta sorprendente frase: “Para que algo pueda tomar carácter religioso ha de ser simple y poderse repetir”. Dürckheim descubre en dicha frase que, de ser así, todo puede contener una potencialidad religiosa, no sólo el respirar y el andar, sino también todo movimiento del trabajo automático y el ya amplio campo de los conocimientos técnicos.

   Me resulta especialmente interesante caer en la cuenta de que en el trasiego diario que podamos vivir, la rutina pueda desaparecer para convertirse en oportunidad de transcender. ¿Cómo vivimos nuestra rutina? Aquello que nos toca hacer, ¿lo hacemos con gusto y con finura? ¿somos artesanos de lo que nos toca vivir? ¿vamos más allá en aquello que nos toca hacer y vivir? Utilizando otras palabras, ¿somos contemplativos en la acción? ¿encontramos sentido en lo que hacemos todos los días? ¿llegamos a amar lo que hacemos?

   En esta cultura que nos ha tocado vivir, la rapidez e inmediatez de muchas de las cosas que tenemos que hacer no nos permite ser felices en aquello que hacemos, porque la productividad o los resultados más empíricos se imponen. ¿Es posible amar lo que hacemos? ¿es posible dar relevancia a aquello que hacemos con cariño? ¿no es, acaso, una manera de madurar y crecer como persona?

   Amar la vida que se nos regala con sus colores vivos y con sus colores oscuros.
   Amar es crear ese espacio donde se respira y se sonríe, es crear ese espacio donde se está en paz en el trasiego diario.
   Ese espacio puede ser un encuentro con uno mismo o con otra persona, un encuentro con un paisaje o con una disposición interior, incluso, un encuentro con una enfermedad o un evento desagradable.
   Amar necesita tiempo,
   un encuentro necesita tiempo,
   respirar y sonreír necesitan tiempo,
   …necesitan su tiempo, un tiempo que muchas veces no coincide con el tiempo que nosotros queremos.

   ¿Estamos dispuestos a amar lo que hacemos, a buscar espacios de ...?

domingo, 17 de mayo de 2015

¿Inteligencia emocional de Jesús?



La inteligencia emocional de Jesucristo es un hecho.

La imagen que dio a sus más allegados y a quienes lo conocieron lo presentan como una persona consciente, equilibrada, controlada, asertiva, que expresaba sus sentimientos positivos y negativos, que defendía sus derechos sin herir ni agredir al otro, con una elevada capacidad de empatía.

Tenía un sentido claro y definido de la vida, era brillante al resolver problemas. En Jesús vemos realizado el proyecto humano de la realidad divina.

viernes, 3 de abril de 2015

VIVE


¿Cómo podemos amar a nuestro enemigo?
Sólo hay un camino: comprenderlo.
debemos comprender por qué es como es,
cómo llegó a ser lo que es,
y por qué no ve las cosas como las vemos nosotros.
(Thich Nhat Hanh)

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mc. 12,31)


Habían pasado ya tres años y aquí estábamos en la misma casa que nos vio vivir todos aquellos acontecimientos en Jerusalén. Habíamos venido a la capital a celebrar la Pascua y… Sucedió todo tan rápido... Resultó todo tan inesperado… Nos quedamos todos tan sorprendidos…

Unos días antes habíamos emprendido camino a Jerusalén, algunos se habían adelantado para buscar un lugar donde reunirnos y compartir la PascUa. Nada nos hacía presagiar lo que ocurrió en esos pocos días. Estábamos todos con ganas de vivir juntos este acontecimiento, nuestro corazón vibraba ante lo que nos deparaban estos días de fiesta de nuestra liberación. Unos días que queríamos compartir juntos, con sentido, en esta nueva familia que estábamos formando.

La entrada en la capital fue un tanto extraña. Jesús montado en un asno, nosotros a su alrederor a pie con palmas de platanero en nuestras manos. Algunos de los que nos acompañaban no entendían este gesto y supuso el desconcierto de algunos de los nuestros, entre ellos Judas (uno de los más cercanos a Jesús) que esperaba que Jesús entrará en Jerusalén de otra manera muy diferente, aunque por distintas circunstancias no pudimos saber qué tenía Judas en la cabeza.

Llegamos a la casa y nos reunimos en torno a la mesa, Jesús se ciñó la toalla y nos lavó los pies, y después cenamos todos juntos como manda la tradición. Allí estabamos todos: los doce, otros que seguíamos a Jesús y algunas mujeres, entre ellas, su madre María. La casa estaba repleta de gente. Después de la cena y de dar algunas instrucciones, Jesús fue al monte de los Olivos. Algunos discípulos estabamos allí con él. Jesús se apartó un poquito más y allí intuí que algo no iba bien, pero no sabía qué era. Ahora, después de estos años imagino que pasaría por su cabeza: le vendrían imágenes de su entrada en Jerusalén, una entrada humilde y pacífica (había entre los que le seguían quien hubiera preferido una entrada con espada en mano). Le vendrían a la mente imágenes de sus amigos y amigas, de su madre, de la gente que en estos tres últimos años había compartido camino con él, de… Hacia sólo un momento que había cenado con sus más allegados y ya había hablado con Judas (no le echaba nada en cara, aunque le dolía su postura). No era un momento precisamente agradable. ¡Qué ciegos estábamos! No lo vimos venir y Él tampoco nos dijo nada.

Fue entonces cuando apareció Judas acompañado por soldados y arrestaron a Jesús. Pedro, que en ocasiones era tan explosivo, agredió a uno de los soldados. ¡Qué barbaridad! Ciertamente no entendíamos nada. Jesús tocó al soldado herido con ternura y éste se tranquilizó, después siguió a los soldados.

A partir de aquí todo se salió de quicio y se precipitó. En pocos días Jesús había muerto. Nos quedamos consternados. No acabamos de entender qué había ocurrido y no habíamos tenido tiempo de asimilar lo allí sucedido. Estamos encerrados en la casa en la que días atrás habíamos cenado todos juntos. Teníamos miedo. Jesús no estaba con nosotros y pensábamos que ahora vendrían a por nosotros. Además, algunos habían empezado a irse y la casa empezaba a quedarse grande. ¡Estábamos tan desorientados! ¿Qué se suponía que debíamos hacer? Nos reconcomía las entrañas el sentimiento de no haber hecho nada, aunque ¿qué hubiésemos podido hacer? Habíamos dejado que lo crucificaran y no habíamos movido un dedo.  ¡Qué perdidos estábamos!

Al tercer día de su muerte, algunas mujeres entraron en casa contando historias sobre Jesús. También dos de los que habían dejado la casa regresaron de Emaús diciendo que le habían visto en el camino. Seguíamos en la casa desconcertados más si cabe, cuando Tomás tomó la palabra. Mientras hablaba la puerta se abrió y… y… y allí estaba, era Él? Todos guardamos silencio, Tomás también. No sé cuánto tiempo estuvimos en silencio, pero sé que fue mucho. Al final, muchos nos acercamos con cuidado, le abrazábamos y entre sollozos, reíamos y llorábamos, y llorábamos y reíamos, y… Él con sus gestos delicados y sus palabras tranquilas iba llenando de amor nuestros corazones, como en otras ocasiones. No hubo ninguna mala palabra contra nosotros ni contra sus captores. Como días atrás nuestras vidas se llenaron de paz.

Nos dijo que estuviésemos tranquilos, que no había nada que perdonar, que para que alguien perdone, debe haber un ego herido; sólo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida. Y también nos dijo: “Escuchad mis palabras: Os veo a todos como un alma afín, no me siento superior, no siento que me hayáis herido, sólo tengo amor en mi corazón por todos vosotros; no puedo perdonaros, porque sólo os amo. Quien ama, ya no necesita perdonar. Id y haced todo con amor”.

Entonces, Él se desapareció.


Habían pasado ya tres años de esto y aquí estábamos en la misma casa que nos vio vivir todos aquellos acontecimientos en Jerusalén. Habíamos venido a la capital a celebrar la Pascua y… Jesús seguía aquí con todos nosotros.

miércoles, 18 de marzo de 2015

EL HERRERO ENCARCELADO

Nos habla de un herrero que es encarcelado injustamente y que, al parecer de un modo milagroso, logra fugarse. Muchos años después cuando se le pregunta como lo hizo, contesta que su mujer, una tejedora, había tejido el diseño de la cerradura de su celda en la alfombra de plegarias sobre la que oraba cinco veces al día. Al darse cuenta de que la alfombra de plegarias contenía el diseño de la cerradura de su celda, hizo un trato con sus carceleros para conseguir herramientas con las que hacer pequeños objetos, los cuales luego éstos podían vender con beneficio. Mientras tanto, también utilizó las herramientas para hacerse una llave, y un día se fugó.

(Idries Shah, maestro sufí)



La moraleja de la historia es que comprender el diseño de la cerradura que nos mantiene presos puede ayudarnos a confeccionar la llave que puede abrirla.

La parábola describe la condición de la mayoría de la humanidad: encarcelada en el laberinto de nuestras propias estructuras del ego. La mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas dentro de los estrechos márgenes de aquello que consideramos somos nosotros y el mundo que nos rodea, que, desde la perspectiva de los que no están tan encarcelados, es una pequeña parte de lo que realmente tenemos a nuestra disposición. Patrones y sentimientos concretos, y más abiertamente, situaciones, se repiten una y otra vez en nuestras vidas, dando a nuestra experiencia interior un sentido de identidad. Bajo estos patrones repetitivos, encontramos convicciones fijas sobre lo que somos y el modo en que es el mundo que habitamos. Estas creencias se conformaron durante los primeros años de vida a medida que nuestra autodefinición se desarrolló en respuesta a nuestros encuentros con el entorno y aquellos que contenía, en combinación con nuestras predisposiciones innatas. Llegando a formar nuestros patrones de pensamiento y nuestras reacciones emocionales, proporcionándonos una experiencia interior consistente de nosotros mismos. El mundo que la mayoría de nosotros habitamos, interior y exterior, por lo tanto, es en gran medida un producto de nuestro pasado; por difícil que sea reconocerlo. Las trampas externas tal vez sean más sofisticadas y corrientes que las de la temprana infancia, pero el núcleo interior de lo que consideramos ser contiene los asombrosos trazos de nosotros mismos cuando teníamos dos o tres años. El elenco de personajes con los que nos encontramos en nuestras vidas puede variar, pero el modo en que nos relacionamos e interactuamos con ellos, como nos sentimos con ellos e incluso el modo en que los experimentamos, permanece más o menos constante y posee el rancio sabor de la familiaridad. Aunque no veamos barras y muros constriñéndonos, como le sucedía al herrero en la parábola de Shah, estamos realmente en la cárcel de la realidad holográfica mediante la que filtramos el mundo que nos rodea y nuestras experiencias de nosotros mismos. A menudo no reconocemos lo limitada que es nuestra experiencia de la realidad; el hecho de que habitamos un mundo que nos confina de un modo innecesario. Podemos sentir simplemente una vaga insatisfacción, una tenue sensación de vida apagada, y una falta de sentido y plenitud, a pesar de nuestros mejores esfuerzos para estar satisfechos con lo que la sociedad nos ha dicho que nos hará felices; ya sea dinero, posesiones, posición, poder, fama o relaciones. En el caso de otras personas, la sensación de llevar una vida restringida puede ser más abierta, manifestándose en forma de una dolorosa y persistente sensación de ineptitud, carencia, vacío o inutilidad. Las épocas de crisis pueden llevar estas sensaciones cerca de la superficie, proporcionándonos un atisbo de nuestro confinamiento.

Dichos atisbos son el inicio de nuestra posible escapatoria, puesto que saber que estamos en una especie de prisión puede dar paso a la posibilidad de otra alternativa. El trabajo espiritual a lo largo del tiempo nos ha dicho que la vida es algo más de lo que creemos, que nos espera un mundo más allá del que está encerrado por nuestras restricciones internas. Las distintas tradiciones espirituales no solo han expresado la amplitud de nuestra cautividad y sus puntos de vista sobre las dimensiones de la realidad que hay más allá de las anteojeras del ego, sino que también nos han mostrado muchos modos de escapar. La historia del herrero nos habla de uno de estos métodos para conseguir la libertad: comprender el diseño de lo que nos mantiene encerrados en nuestras celdas. Sin nada parecido a la alfombra de plegarias del herrero para mostrarnos el funcionamiento interno de nuestra realidad holográfica –la cerradura que nos mantiene cautivos– a menudo tenemos pocas posibilidades de escapar.


(Sandra Maitri, La dimensión espitual del eneagrama)


viernes, 2 de enero de 2015

¡FELIZ 2015 A TOD@s!

Entrando en este año 2015 recibo una oración del Papa Francisco y no puedo sino reformularla, adecuarla a cómo voy entendiendo y experimentando la vida, en palabras de David Richo: “El dolor y la aflicción constituyen el modo humano sano de manejar la pérdida”. A estas alturas no nos vamos a engañar, cuando más edad tenemos más pérdidas experimentamos, es por ello que de nosotros depende anquilosarnos en esas pérdidas (fomentando en nosotros la tristeza, la ira y el miedo) o crecer y madurar de todo aquello que nos pueda aportar el camino de la vida (viviendo abiertos cosncientemente a aquello que tenga que sucedernos).

Por eso…

Llora y laméntate por lo que perdiste,
pero ahora lucha por lo que te queda.
Llora y laméntate por lo que ha muerto,
pero ahora lucha por lo que ha nacido en ti.
Llora y laméntate por quien se ha marchado,
pero ahora lucha por quien esta contigo. 
Llora y laméntate por quien te odia,
pero ahora lucha por quien te quiere.
Llora y laméntate por quien te ha fallado, 
pero ahora lucha por quien motiva tu vida.
Llora y laméntate por todo aquello que tengas que llorar,
pero ahora lucha por el presente.
Llora y laméntate por tu sufrimiento,
pero ahora lucha por la felicidad que Dios te da;
con las cosas que a uno le suceden
vamos aprendiendo que al final ocurre lo que ha de ocurrir,
Acéptalo pues y sigue adelante
con el corazón y los brazos abiertos.



¡Feliz 2015 a tod@s!