El cobrador de impuestos ni siquierase atrevía a
levantar los ojos al cielo,
Sino que se golpeaba y decía: “¡Oh Dios, ten
compasión de mi que soy pecador!”
(Lc.18,13)
Muchas veces el lugar en el que trabajamos
(¡dichosos aquellos que tienen trabajo!) se convierte en un micromundo y en un fiel reflejo que cómo
es la sociedad y el mundo concreto en el que nos movemos. Me refiero claramente
a a trabajos donde estamos codo con codo con otros. Con gesto humildad por mi
parte y con la mano sobre mi pecho simplemente quiero mostrar lo que yo percibo,
que bien pueda ser que esté errado, pues al final es una simple cuestión de
percepción.
¿Cuántas veces no habré oído las
expresiones: “ya le he dicho que…” o “es que no tengo tiempo”o…?
Sí, parece que ahora triunfa el “ya le
he dicho que…”. Es una de las frases preferidas de aquellos que tienen
que poner normas a nuestr@s niñ@s y adolescentes de hoy día (esos que serán el
futuro cuando nosotros seamos ancianos). Unido a esta expresión cuántas veces
he oído también hablar a los adultos (que somos los educadores)
en este tono: “¡No me voy a castigar yo!”. E inmediatamente pienso en mi
generación, donde nuestros padres y maestros decían y actuaban.
¿Cuántos padres y educadores han estado “mil horas” con nosotros en casa o en
la escuela? Las tardes que habré he estado en la cocina con mis padres por no
hacer lo que debía o las tardes que habré he estado en el Cole después de la
hora. ¿Cuántos no habremos agradecido tener límites claros? Ahora
parece que nos conformamos con registrar faltas, casi sin consecuencias
significativas. ¿Dónde queda el diálogo con nuestr@s chic@s? ¿Quién confronta
con ellos? ¿Quién acompaña hoy a nuestros niñ@s y jóvenes?
Muy a mi pesar voy descubriendo con tristeza
que al “ya le he dicho que…” le acompaña siempre “es que no tengo tiempo de…”.
Es cierto que vivimos tiempos acelerados y estresantes, pero también es cierto
que, a veces, parece que esta falta de tiempo es interesada. Voy percibiendo
que el “no tengo tiempo de…” es más bien “no quiero hacer…” o “no sé
hacer…” o “ya hago bastante…” Un discurso muy peligroso, porque lleva
directamente de la preocupación por el “otro” a la preocupación por “uno mismo”
(mi tiempo, mi horario, mi opinión…). Cuando llegamos a este punto podemos dar
por finalizado cualquier acto de gratuidad, incluso algo tan
sencillo como regalar un minuto de tu presencia a alguien que quizás la
necesita. Creo que lo interesante sería rescatar ese equilibrio genuino que
hemos conocido de niñ@s entre la preocupación por el “otro” y por “uno mismo”.
Pero parece que no todo acaba ahí, del “ya le
he dicho que…” pasamos al “es que no tengo tiempo de…” y
entonces llegan la “queja” y el “drama”. Yo diría que cierto nivel de
“queja” es normal, al fin y al cabo, por algún lado tiene que salir la tensión,
pero quizás conozcáis quien sólo se queja una y otra vez haciendo de cada
dificultad de la vida un drama interminable que no aporta nada ni a la sociedad
y a si misma. Hay personas que se encuentran a gusto en el drama porque no
necesitan moverse, no quieren evolucionar o implicarse y siempre es más fácil
mirar hacia otro lado y tirar balones fuera.
Trato de mirar a Jesús como lo hacía el
recaudador de impuestos y con la mano sobre mi pecho (porque yo también me he
quejado mucho y he dramatizado mucho y…) intento vislumbrar lo que deberíamos
ser para nuestro chic@s, adolescentes y jóvenes (y quizás no tan jóvenes).
Jesús era un maestro en acompañar a todo aquel
con quien se encontraba, le daba igual que fuesen ricos que pobres, judíos
fariseos que samaritanos vilipendiados, romanos que paganos. Aunque por lo que
vemos en los evangelios tuvo una especial preferencia por los más marginados,
pobres, enfermos, endemoniados… ¿Sabemos acompañar? ¿estamos con aquellos que están más necesitados?
Jesús tuvo la audacia y la valentía de estar
presente.
Realmente, a veces, no hace falta más que hacerse presente. Muchas veces no es
tan importante lo qué haré o lo qué diré o lo nervioso que me pone éste o el
otro o… (yo que sé cuántos pensamientos y expectativas se pueden generar en
nuestra cabeza). Para estar presente no hace falta ni
hablar ni hacer ni relojear ni conseguir rendimiento alguno ni esperar algo a
cambio. Aquel que está, está para sí mismo y para los demás. Es una actitud de
vida. ¿Nos hacemos presentes con los que tenemos alrededor?
Jesús no dramatizaba. Él fue quien
dijo que las dificultades y los problemas tienen su sentido. ¿Qué podría decir
yo de esto cuando incluso aceptó la cruz? ¿Acepto y doy sentido a las dificultades y problemas a las que me va
enfrentando la vida? ¿o prefiero quejarme y hacer de todo un drama baldío
que no lleva a ningún lado?
Jesús se retiraba a orar. Jesús necesitaba
tiempos para detenerse y centrar su corazón en el Padre. ¿Me retiro yo a orar? ¿Me sitúo en la vorágine diaria con un corazón
centrado? ¿o me dejo atrapar por
todo lo que ocurre a mi alrededor como si eso fuera lo absoluto?
Quiero acabar esta reflexión con una frase
de Paul Claudel: “Dios no vino a suprimir el sufrimiento. No vino ni siquiera a
dar una explicación. Vino a
llenarlo de su presencia”.
¡Qué importante es acompañarnos! ¡Qué importantes
en estar!