La
piedra que desecharon los arquitectos
Es
ahora la piedra angular (Mt. 21, 42)
Son las cinco de la mañana del Domingo de Resurrección. Un grupo de
personas que compartimos en La Manlleva (Tarragona) la experiencia de la muerte
y resurrección de Jesús nos dirigimos a lo que fue en torno al siglo X el gran
poblado de Selma en Alt Camp. Nos acompañan en el camino la luz de la luna,
preludio la luz que llega, y el cantar ininterrumpido del ruiseñor, que una y
otra vez parece querer anunciarnos lo que acontecerá con las primeras luces del
día. Mientras hacemos camino resuenan en nuestros corazones las palabras de
Juan (capítulo 20, versículo 1): “El
primer día de la semana María Magdalena se puso de camino hacia el sepulcro
cuando todavía estaba oscuro”.
Una hora larga de camino hasta
llegar a las faldas de la colina donde se erige el castillo de Selma, fortaleza
vigía en otros tiempos, y hoy venida a menos. Nos sentamos tranquilos en el
verde. Con una mezcla de serenidad e impaciencia esperamos la salida del sol.
Celebramos la resurrección de Jesús con este saludo al sol matutino. A las 7,14
horas exactas de la mañana y en un espacio breve de tiempo aparece un disco
rojo por el horizonte que transforma el paisaje en vida. El cantar de los pájaros aumenta alegre y los primeros rayos
del sol de este domingo de resurrección tocan nuestros rostros y comienzan a
calentar nuestro cuerpo agradablemente. Me surge esta certeza: ¡JESÚS HA
RESUCITADO!
(Salida del sol desde el poblado de Selma)
Áquel que unos días antes había sido despojado, torturado, roto,
humillado… es ahora levantado y no es regalado en el encuentro, dicho de otra
manera, sólo le reconocen aquellos
que se encuentran con él. Dios Padre resucita a Jesús y sólo son
capaces de verlo quienes tienen esa relación personal con él, María Magdalena,
sus apóstoles y sus discípulos, y… todos aquellos (la samaritana, Mateo el
recaudador, Jairo, Lázaro, el centurión romano, la mujer endemoniada…) que en
el camino de la vida se han topado con él ayer, hoy y mañana.
Jesús, como ya lo hiciera durante su vida, se sigue haciendo el encontradizo
hoy. Resucitó y se encontró y se encuentra con sus amigos. No salió de su
boca queja ni reproche alguno, no echó nada en cara a nadie. En su pose y en su
hablar no había resquemor, no había ni un ápice de querer cobrar venganza. Todo
su semblante era de acogida y de alegría por poder disfrutar una vez más de
aquellos que le tenían en su corazón (¿No
ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino?
–Lc.24,32-). Y es que quien
ama, ya no necesita perdonar. El camino hacia la VIDA que había iniciado
Jesús estaba trazado, ahora sólo debíamos
seguirlo.
Y esa es la invitación que se nos hace en estos días:
¡Que hagamos de nuestros encuentros VIDA, como lo hizo Jesús!
(Estupa a la entrada de La Manlleva)