El pasaje evangélico de la mujer sorprendida en adulterio (Jn.8,1-11) no es solo una historia sobre el perdón. Es, además, una de las lecciones más profundas que Jesús ofrece sobre la compasión, el juicio y la conciencia interior. Es una escena tensa y cargada de furia, donde un grupo de hombres, con la Ley de Moisés en una mano y la piedra preparada en la otra, exigen la muerte de la mujer sorprendida en adulerio.
"Los escribas y los fariseos le traen una
mujer sorprendida en adulterio. La ponen en medio" (Jn.8,3).
La mujer, humillada, es un mero instrumento en
una trampa legal y moral preparada para Jesús. El maestro es forzado a elegir
entre la Ley (lapidar) y su mensaje de misericordia. Pero Jesús, en lugar de
responder a la Ley judía o a la turba enfurecida, hace algo radicalmente
distinto: se inclina y comienza a escribir en el suelo.
1. Un gesto radical: Una PAUSA
El gesto de Jesús es un gesto radical al recogimiento
y al silencio interior en el relato.
En medio del caos y la expectación violenta,
Jesús modela una calma radical. Su acto de inclinarse y escribir no es
solo una distracción; es una pausa reflexiva que rompe el ciclo de la
indignación moral y el juicio. Nos enseña que, antes de reaccionar, es vital retirarse
al silencio interior.
Con este gesto, Él obliga a todos los presentes a
detenerse.
"Pero como insistían en preguntarle, se
incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra»" (Jn. 8,7).
El enfoque pasa del objeto de juicio (la mujer) a
la propia condición humana (a cada uno de los allí presentes).
2. La piedra que cada uno sostiene
La piedra que cada hombre sostiene en la
mano es la metáfora perfecta de nuestro juicio rápido, de nuestra certeza
moral y de la violencia que estamos listos para ejercer sobre el
otro. Pero la frase de Jesús es un grito al interior de cada uno que
exige un examen de conciencia inmediato.
Jesús no niega el pecado de la mujer. Lo que hace
es redirigir el foco: la pregunta no es si ella merece ser juzgada, sino
si nosotros tenemos la autoridad moral y espiritual para ejecutar ese
juicio. Nadie está libre de pecado y, por lo tanto, el juicio implacable se
vuelve imposible para el ser humano.
3. El silencio y la caída de las piedras
"Al oír esto, se fueron yendo uno a uno,
empezando por los más viejos" (Jn.8, 9).
Esta es la consecuencia de conectar con la propia
conciencia. Los más viejos, con la experiencia de sus propias caídas, son
los primeros en sentir el peso de su hipocresía. La retirada de la turba no es
solo física, es un regreso al yo. La piedra cae no por una orden o mandato,
sino porque la conciencia personal la hace insostenible.
Un corazón que realiza un trabajo interior
consciente y constante es incapaz de ser el primer acusador. El discernimiento
interno lleva siempre a la humildad, nunca a la condena.
4. La misericordia activa: un nuevo envío
Al final, Jesús se queda solo con la mujer. El
juicio ha terminado; comienza la misericordia activa.
"Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella le contestó: «Nadie,
Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques
más»" (Jn.8,10-11).
Aquí reside la clave del acompañamiento
espiritual y de todo proceso educativo basado en el respeto a la persona.
Es un perdón incondicional ("Tampoco yo te condeno")
seguido de un envío liberador ("Vete, y en adelante no peques
más"). Jesús ofrece un nuevo comienzo, una oportunidad de vida.
La esencia de nuestro ser interior más genuino no
es juzgar al otro, sino acompañarlo desde la propia verdad humilde,
ofreciendo el espacio para la transformación y la esperanza. La
persona que deja caer la piedra en su propia conciencia es la única que puede
realmente acompañar a otros a levantarse.
Para la reflexión interior
En la travesía de la vida, siempre habrá una piedra en nuestra mano. ¿Qué nos exige la conciencia para que esa piedra caiga? Te invito a tomar un momento de silencio y revisar con honestidad dónde está el foco de tu juicio. ¿Hacia fuera, o hacia dentro? Solo la revisión constante de la nuestra conciencia nos libera de ser el verdugo para convertirnos en el acompañante.