"Jesús les dijo:
Yo soy el pan de vida; el
que a mí viene, nunca tendrá hambre;
y el que en mí cree, no
tendrá sed jamás." (Jn.6,35)
La vida humana está marcada por
una serie de búsquedas y aspiraciones que reflejan tanto nuestros deseos
como nuestros anhelos. Estas dos fuerzas guían nuestros pasos y modelan
nuestras experiencias de felicidad y de propósito vital.
Los deseos
son impulsos naturales que nos motivan a actuar y a alcanzar metas tangibles.
Buscamos satisfacer necesidades básicas como la comida, el refugio y la
seguridad, así como ambiciones más complejas como el éxito profesional, el
reconocimiento social y el bienestar material. Estos deseos, cuando se cumplen,
nos proporcionan una sensación de logro y placer. Sin embargo, esta felicidad
es a menudo temporal, ya que un nuevo deseo pronto emerge, manteniéndonos en un
ciclo continuo de búsqueda y satisfacción.
En contraste, el anhelo
representa una búsqueda más profunda y honda que va más allá de las necesidades
inmediatas. Es un impulso interno que nos dirige hacia la trascendencia, hacia las
preguntas existenciales sobre el propósito de la vida, el significado de
nuestra existencia y nuestra conexión con algo más grande que nosotros mismos.
Este anhelo se manifiesta en la búsqueda de la verdad, la belleza, la bondad y,
en última instancia, de lo divino. Según el texto que a continuación cito, el
anhelo de Dios es una fuerza innata que nos recuerda que nuestro hogar
definitivo no está en este mundo material, sino en una realidad espiritual más
elevada.
En el fondo del alma de cada ser
humano late un anhelo de Dios. Es el saber innato de que nuestra patria no está
en esta tierra, sino en Dios. En Él está nuestro hogar.
Este anhelo no es un deseo. El
deseo quiere poseer, satisfacer exigencias y alcanzar metas que pertenecen a
nuestro mundo limitado. Deseo un trozo de pan o deseo que haga buen tiempo,
deseo hacerme rico o tener éxito en esta discusión. El deseo se relaciona con
algo que quiero tener. Sirve al yo. Puedo desear algo apasionadamente y, si lo
alcanzo, el deseo cesa.
El anhelo es cualitativamente
distinto. Su fuente se encuentra en lo más profundo. Tiene su origen en el
fondo del alma y se dirige siempre a nuestra patria definitiva, a la vida eterna,
a Dios. El anhelo busca regalarse y entregarse a Dios. San Agustín expresa
bellamente esta verdad: “Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en
ti”.
La búsqueda de la vida eterna
depende de este anhelo. En la mayoría de los casos, el anhelo se despierta
mucho tiempo después que nuestros deseos. El anhelo nos da fuerzas para el
camino espiritual y no cesa hasta que está totalmente en Dios.
El anhelo se desarrolla en cada
ser humano de manera diferente […]
Cuando la Sagrada Escritura habla
de la vida eterna, del Reino de los Cielos o del Mesías, cuando dice algo sobre
la muerte y la resurrección, cuando comunica algo sobre Cristo, el Padre o el
Espíritu, está hablando de nuestros anhelos.
Este anhelo es una brújula que
nos orienta hacia Dios y nos asegura que Dios nos llama y nos espera. El tramo
del camino espiritual en el que el hombre se encuentra y aquel hacia el que
puede ser conducido depende de la intensidad con que este anhelo de Dios se
haya despertado en el hombre y de su capacidad de entrega al mismo.
[…] Todo acompañante espiritual
tiene que desarrollar un sexto sentido para captar el anhelo de aquellos a
quienes acompaña. En efecto, el anhelo determina dónde y cómo se les puede
acoger. El anhelo es la antena para la vida eterna.
(Franz Jalics, “Jesús,
maestro de meditación”. PPC, 2014)
Así, teniendo en cuenta el texto
citado se puede decir lo siguiente sobre el anhelo y el deseo:
ANHELO
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DESEO
|
Origen profundo: Surge de lo más profundo del alma, no es algo
superficial o pasajero.
Naturaleza espiritual: Se relaciona con aspectos espirituales
y trascendentales, como el deseo de unión con lo divino o la búsqueda de un
propósito mayor.
Inquietud constante: Es un sentimiento persistente que no se
apaga con la satisfacción de deseos materiales. San Agustín lo describe como
una inquietud del corazón que solo se calma en Dios.
Trascendencia: Se dirige hacia la eternidad y lo que está más
allá de nuestra existencia terrenal, buscando un sentido y un hogar en lo
eterno.
Regalo y entrega: Implica un deseo de entregarse, de donar el
ser a algo más grande y significativo que uno mismo.
|
Origen superficial: Generalmente nace de necesidades o
impulsos inmediatos, que pueden ser físicos, emocionales o materiales.
Naturaleza material: Está ligado a la satisfacción de
necesidades tangibles y concretas, como la comida, el éxito, o las
condiciones ambientales.
Satisfacción temporal: Una vez que se alcanza el objeto del
deseo, este se disipa, y puede ser reemplazado por nuevos deseos.
Individualidad: Sirve principalmente al yo, centrándose en lo
que uno quiere tener o alcanzar para sí mismo.
Pasión efímera: Aunque puede ser intenso, el deseo es pasajero
y cambia con el tiempo y las circunstancias.
|
En resumen, mientras el deseo
busca satisfacer necesidades y ambiciones terrenales y temporales, el anhelo
busca una realización profunda y eterna en la conexión con lo divino.
La vida plena puede reconocer
y equilibrar ambas dimensiones: satisfacer nuestros deseos materiales de manera
saludable mientras cultivamos y respondemos a nuestros anhelos más profundos.
Ignorar nuestros deseos puede llevar a la insatisfacción y la falta de
motivación, mientras que descuidar nuestros anhelos puede resultarnos en una
vida vacía y carente de propósito.
El desafío está en
aprender a discernir y priorizar. La sabiduría reside en entender que los
deseos pueden proporcionar felicidad momentánea, pero no deben ser el único
motor de nuestra vida. Al mismo tiempo, debemos nutrir nuestros anhelos,
buscando un propósito más elevado y una conexión espiritual que pueda darnos
una paz y felicidad duraderas.
En la travesía de la
vida, nos movemos entre satisfacer deseos y responder a anhelos. Al buscar un
equilibrio entre lo material y lo espiritual, podemos encontrar una forma de
vida que no solo nos proporciona satisfacción temporal, sino también una profunda
y duradera sensación de propósito vital y plenitud. Reconociendo y honrando
ambos aspectos, nos abrimos a una experiencia más rica y completa de lo que
significa ser humano.
Comenzábamos esta reflexión
con la siguiente cita: "Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a
mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás."
(Jn.6,35)
Esta cita muestra
cómo Jesús satisface el anhelo espiritual más profundo de las personas, para el
que cristiano este anhelo llega a su cumplimiento en la relación personal con Jesús.
Para terminar, sólo invitaré al lector a participar de los EJERCICIOS ESPIRITUALES del 5 al 10 de agosto en la Casa de espiritualidad Ain Karim, Haro, La Rioja. Momento para conectar con el Dios Padre que nos habita.
(Haz clic en la foto)